dimecres, 15 de gener del 2020

La edad de hierro


"¡Con qué pasos tan lentos entré en esta casa vacía, de la que han desaparecido todos los ecos, donde el ruido de las suelas sobre los tablones es seco y apagado! ¡Cómo eché de menos que estuvieras aquí, para abrazarme, para reconfortarme! Empiezo a entender el verdadero significado del abrazo. Abrazamos para que nos abracen." (pàg. 3)

"Lo que me da miedo son las pandillas de merodeadores, los chavales de modales hoscos, ávidos como tiburones, sobre los cuales ya empiezan a ceñirse las primeras sombras de la cárcel. Niños que se burlan de la infancia, de la época del asombro, del crecimiento del alma. Sus almas, sus órganos del asombro, atrofiadas, petrificadas." (pàg. 4)

"Pero en este mundo, en esta época, tengo que llegar a ti con palabras. Así que todos los días me transformo en palabras y envuelvo las palabras en papel como si fueran dulces." (pàg. 6)

"Un ataque: solamente ha sido eso, el dolor se me ha echado encima como un perro y me ha clavado los dientes en la espalda." (pàg. 7)

"Los ángeles han abandonado los suburbios. Cuando un desconocido harapiento llama a la puerta nunca es más que un marginado, un alcohólico, un alma perdida." (pàg. 10)

Hambre, he pensado: lo que me pasa es que mis ojos tienen hambre, un hambre tan grande que me disgusta el mero hecho de tener que parpadear." (pàg. 13)

"Puede que empiecen por no preocuparse de sus propias vidas y terminen por no importarles las de los demás." (pàg. 34)

"Entonces no se lo diga después, cuando sea demasiado tarde. Ella no la perdonará." (pàg. 53)

"Porque eso es algo que nunca hay que pedirle a una criatura -he continuado-. Que te abrace, que te reconforte, que te salve. El apoyo y el amor tienen que circular hacia delante, no hacia atrás. Es una norma, una de las normas de hierro. Cuando una persona anciana empieza a suplicar amor, todo se vuelve sórdido. Es como un padre intentando meterse en la cama con un niño: antinatural." (pàg. 53)

"Lo cierto es que, si tuviéramos tiempo para hablar, todos nos declararíamos excepciones. Porque todos somos casos especiales. Todos merecemos el beneficio de la duda." (pàg. 58)

"Pero ¡qué difícil es matarse! ¡Uno se aferra con tanta fuerza a la vida! Me da la impresión de que en el último momento entra en juego algo más que la voluntad, algo extraño, algo inconsciente, que te empuja al abismo." (pàg. 87)

"Nunca antes he visto morir a gente negra, señor Vercueil. Sé que mueren todo el tiempo, pero siempre en otra parte. La gente a la que he visto morir eran blancos y morían en su cama, más bien como si se secaran o se disiparan allí, como el papel, como el aire. Arderían bien, estoy segura, dejarían muy poca ceniza que barrer." (pàg. 91)

"Avanzo a tientas por un pasillo que se vuelve cada vez más oscuro. Avanzo a tientas hacia ti. Voy tanteando con cada palabra." (pàg. 96)

"Terror, la ignominia del terror! Otro valle a atravesar en el camino a la muerte." (pàg. 96)

El final llega al galope. No había tenido en cuenta que cuando una va cuesta abajo cada vez va más deprisa. Creía que se podía hacer todo el camino con tranquilidad. Error, un error garrafal." (pàg. 102)

¿Real? Claro que no. Ni siquiera es auténtico." (pàg. 130)

"Permanecía plantado, silencioso, escondido detrás del humo del cigarrillo, entrecerrando los ojos para que yo no viera lo que tenía dentro." (pàg. 141)

Ayer, mientras me estaba ayudando a bañarme, se me cayó el albornoz y lo sorprendí mirándome. Igual que los niños de la calle Mill: no tiene decencia. La decencia: lo inexplicable: la base de toda ética. Las cosas que no hacemos. No nos quedamos mirando cuando el alma abandona el cuerpo, sino que nos velamos los ojos con lágrimas o nos los tapamos con las manos. No miramos las cicatrices, que son sitios por donde el alma ha intentado marcharse y ha sido obligada a volver, ha sido encerrada, cosida dentro." (pàg. 143-144)


J. M. Coetzee (2002). La edad de hierro (trad. Javier Calvo). Barcelona: Mondadori.



Impressionant, quina descripció més crua de la vellesa, de la por de la mort.

Tota la novel·la és una carta que una dóna gran de Sudàfrica escriu a la seva filla que viu als Estats Units explicant-li els seus darrers dies. Amb això ja n'hi hauria prou per llegir-la, però hi ha més coses: una mirada a la realitat de Sudàfrica "premandela", la presència inquietant del senyor Vercueil, l'aparició de la senyora que li fa les feines a casa i la seva família...

Una relació tan crua amb la mort només l'havia llegida en Les derniers jours d'un comdamné a mort de Víctor Hugo.

Altres coses sobre la mort, però des del punt de vista dels que queden, molt interessants. Segur que n'hi ha moltes més (només faltaria, la mort és el "gran tema"), però aquestes són les que m'han vingut al cap mentre llegia la novel·la i no puc explicar-ne els motius... L'ambientació és molt diferent (a La edad de hierro tot és molt sòrdid --no es ben bé sòrdid, no ho sé explicar) el tema, ja ho he dit, és vist des d'un altre angle. El cas és que en llegir la novel·la m'han vingut al cap aquestes dues referències:

Ramón Solsona (1993). Les hores detingudes. Barcelona: Quaderns Crema.
Un vidu explica el seu dolor. Molt interessant perquè sembla que la viduïtat, literàriament, sigui cosa de dones i aquí Ramon Solsona la descriu molt i molt bé.

Krzysztof Kieślowski (1993). Trois Couleurs: Bleu.

Tota l'obra està concebuda (colors, música, ritme...) per fer-nos sentir la pena de la mort d'un ésser estimat (tot i les sorpreses que va descobrint la Juliette Binoche al llarg de la pel·lícula.


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